miércoles, 11 de julio de 2018

Me encanta el mar, pero a la vez me agobia. Estar en la orilla mientras las olas me rompen en los pies  y observar su inmensidad desconociéndolo tanto. Tan tranquilo a veces, y tan tempestivo otras. Tan claro algunos días, y tan oscuro otros. Como yo. A veces tan en calma y otras tan tempestiva. A veces tan clara...En la inmensidad de mis pensamientos tampoco sé nadar muchas veces, a veces también me abruma no conocer(me) demasiado. A veces cálida y otras tan fría que no te atreves a mojarte (y con razón). Como el mar. Como un buen día de calor que llegas sudando a la orilla después de llevar 1 hora achicharrándote al Sol, te mojas los pies y te entra frío y decides no bañarte. Llegas con ganas de tirarte de cabeza y te vas con los pies mojados y el bikini seco. Es curioso que eso no nos pase solo en la playa, sino también en la vida...como cuando llegas a ese sitio que esperabas (o a esa persona) y de repente ya no es tan guay, o ya no te apetece. A veces, aunque esté helada, es mejor tirarse sin pensarlo.


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