miércoles, 23 de mayo de 2018



Todo cambia y no, no es tan triste. No como yo creía. Durante mucho tiempo me he torturado sin querer aceptar que todo cambia. Que las personas cambian. Que las relaciones cambian. Que no somos los mismos. Que no soy la misma. Me ha costado mucho tiempo (y esfuerzo) acostumbrarme a mirar a los ojos a alguien y no ver más que un desconocido. Cruzarme por la calle con alguien y que ya no tengamos motivos siquiera para saludarnos. Pero los cambios también me han hecho darme cuenta de que quien debe estar sigue estando, y quien no, simplemente ha hecho lo que tenía que hacer, abrir la puerta e irse. Sin más. Puedes echarle el cerrojo a esa puerta el tiempo que quieras que la vida se encargará de abrirle una ventana y hacer que se vaya. Porque hay quien se queda sin espacio en tu vida, muchas veces, la mayoría, incluso porque tú le has quitado ese espacio. Quizá en esa habitación ya no cabe más gente, y deben empezar a salir ordenadamente. Quizá empiezas a valorar otras cosas y empiezan a sobrarte. O quizá tu les sobras a ellos. Y es por esto que ahora lo entiendo, entiendo eso que me decía mi madre de "los amigos se cuentan con los dedos de una mano, lo demás son conocidos". Porque en esa habitación, vas a querer ser de muchas formas. Y digo ser, porque estar sabemos estar con casi cualquiera. Y cuando seas insoportable. Cuando hasta tú quieras huir de ti misma, van a quedarse los que de verdad importan. Y por eso ya no tengo miedo a los cambios, porque sé quien quiero que se quede en esa habitación, y sé que saben donde esta la puerta, pero se quedan, aunque todo cambie. Y eso me encanta.

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